José Eduardo Tappan Merino
¿Cuál es el futuro del Psicoanálisis? En muchos estados de la Unión Americana, el psicoanálisis no se considera una práctica clínica, por lo que los seguros de gastos médicos no pueden pagarlo; incluso se considera como una práctica pseudocientífica en España, por lo que los psicoanalistas no tienen el mismo sistema de pago de impuestos que los médicos o los psicólogos, y deben pagar impuestos como los “curanderos”, “médicos naturistas”, etc. En México no está reconocida la práctica psicoanalítica, ya que “Profesiones” no extiende cédulas de reconocimiento profesional. Además, la legitimidad del psicoanálisis pierde terreno; el “boom” que provocó Lacan comienza a perder fuerza en distintos campos disciplinarios -incluso el de la Filosofía-, y se transforma, frente a la opinión pública, en una práctica “light” que compite con todas las psicoterapias. Es, además, acosada por las psicologías académicas, la pujante industria de farmacéuticos, y la psiquiatría; pero no se trata de un problema del que los psicoanalistas no estemos advertidos y del que no tengamos responsabilidad. ¿Queremos que aquellos con los que dialoguemos lo hagan en nuestro dialecto? ¿Bajo nuestras propias premisas y prejuicios?.
Mientras eso sucede, los distintos caminos que siguen los psicoanalistas (indiferentes a lo que acontece) se confrontan, encontrándose más próximos a las divergencias que a las convergencias. Todo parece un pequeño o gran teatro, en el que posturas e imposturas intelectuales (que en general discuten lo que quiso decir Freud o Lacan del lado de la doctrina) se van situando unas junto a otras en las equívocas vías de la comprensión apresurada (y sin sentido crítico), fijándose en lo que consideran las desviaciones de lo que en realidad querían decir Freud o Lacan. Los iluminados citan o usan las “categorías lacanianas” como les da la gana; desde luego, mostrando que la suya es la más rigurosa de las lecturas, producto de la exégesis, además. Así, aparecen aseveraciones del tipo “Lacan nunca quiso decir eso”, “Eso no lo dijo Lacan”, “Esa es una mala lectura de Lacan” y, claro, sus opuestos “Lo Real para Lacan es: …”. Todo dicho desde el púlpito, castigando a lo que consideran ellos las groseras desviaciones, sin ninguna clase de argumentación; no es necesario, el psicoanálisis se ha llevado a un tema de opinión. Desde ésta perspectiva, se exaltan las pequeñas o grandes diferencias entre los grupos, mismas que cada uno de los que se suscriben a unas u otras lecturas o posicionamientos, enaltece o banaliza. Todo ello sucede a la luz de un etnocentrismo que deja al psicoanálisis como algo que fuera propiedad de los europeos.
Existen varios escenarios para los distintos psicoanálisis. Al que le apuesto es a uno que de alguna forma deje de orbitar en el cripticismo, en la oscuridad anfibológica; uno donde sea posible discutir con argumentos y no con opiniones.
¿Cuáles son los temas a discutir hoy? ¿Sobre las auténticas y verdaderas intenciones de Freud o Lacan frente a cualquier tema?, ¿Es eso? ¿Debemos seguir usando el dialecto lacaniano repleto de criticismo y anfibologías? Generar conceptos viscosos (por los usos indiscriminados), es algo que convierte al que discute en un epígono, más ocupado en la forma que en el fondo. Seguir del lado de la opinión legitima cualquier cosa que se diga, ese es el estado del arte de una gran parte de lo que se produce; con sus excepciones, que no hacen más que confirmar la regla.
Así, hoy tenemos usos muy libres de las categorías lacanianas y freudianas, que por lo mismo son oscuras, pues refieren a lo que cada autor piensa; por ende, son ambiguas y se ajustan, sin que se advierta, a lo que cada uno quiere decir, como si eso fuera exactamente lo que proponía Freud o Lacan. La crítica que hiciera Popper y Foucault a lo que entendían por psicoanálisis no pierde vigencia, pues existen perspectivas que caben muy bien en eso que ellos cuestionaban, ya que prácticamente se puede decir cualquier cosa y lo opuesto, desprendido de la misma opinión.
Entonces hay varios futuros para el psicoanálisis; uno de ellos, el desacralizado, no es posible sin indagar en su pasado, en las herramientas que lo fueron construyendo, en su utilidad y actualidad.
Parece relevante preguntarnos sobre las distintas formas de sufrimiento humano, sobre las miradas que se tuvieron y se tienen sobre él, los prejuicios o juicios que determinan las praxis que se orientaron y orientan buscando la posibilidad de ofrecer opciones suficientes y pertinentes para salir de esos estados. Ese me parece uno de los futuros posibles (al que me suscribo) que es preguntarnos -tal y como lo hicieron Freud y Lacan- más en la dirección de por qué dijeron lo que dijeron, qué es lo que observaron frente a la condición humana, el sufrimiento, el malestar, el síntoma, el dolor, etc. Se trata de cuestionar conceptos como inconsciente, pulsión, lenguaje, Real, Sujeto, deseo, en sus usos más que en su semántica, plantear su estatuto de herramientas, más que darle un seguimiento bizantino.
Mi pregunta es sobre el demiurgo, ¿cómo podemos pensar lo psíquico? Me parece que generalmente se confunde con espíritu, mente, o incluso con subjetividad; como si se tratara de sinónimos. En todo caso, se trata de pensar cómo pensamos los problemas esenciales del psicoanálisis, en qué queremos decir cuando empleamos alguna de esas categorías, cada uno de los conceptos.
“Debo confesar que no me mantuve en la tradición de las traducciones clásicas de Hegel, empezando por el concepto central y básico de su sistema: Geist. Tanto Kojév como Hyppolite tradujeron dicho término al francés como Esprit. Gaos, Roces y Guerra usan, en sus versiones al español, el término Espíritu, así como en inglés se ha traducido por Spirit.[…] Dado que Hegel usa el término Geist solamente en el sentido de la Facultad Mental, que puede hacer consciente el ser humano en la reflexión, he preferido traducir Geist por Mente” (Mues 1984. pp. 7-8)
Así, podemos pensar -con la propuesta de mentalidad- en la subjetividad de un campesino del centro de Europa del siglo XIII, en el conjunto de posibilidades que tenía para pensar algo, y en aquello que requería muchos siglos para que pudiera ser pensado. Eso de lo que se ocupa “La historia de las mentalidades”, en la que desde sus orígenes (con Lucien Febvre o Marc Bloch) se muestra la manera en que la Weltanschauung determina las posibilidades que tiene o tenía una persona para orientar su vida a partir de los usos semánticos de las palabras; creando así un horizonte histórico que presenta los límites de lo que en cada época puede ser pensado, como propone Wilhelm Dilthey.
Es posible que, en términos disciplinarios, lo mental pueda ser abordado por la Pedagogía, la Psicología, la Sociología, la Filosofía, la Historia, la Antropología.
Me parece que lo relevante a ser pensado, es entonces cómo abordar la relación de lo que es la Mente y lo psíquico. En primer lugar, debemos diferenciar el orden sincrónico y el diacrónico, sería el Axis mundi de la teoría psicoanalítica; lo que constituye su aproximación a la naturaleza del sufrimiento, y, por lo mismo, su identidad como campo de pensamiento y su pertenencia. Lo psíquico tendría que ver con una propuesta transcultural y transhistórica de carácter sincrónico que determina lo humano en el hombre; y no lo que distingue al chino del mexicano, ya que eso es la mentalidad. Se trata de rastrear lo común, no lo distinto entre las culturas, así como la exquisita singularidad frente a los demás; lo psíquico se encuentra en la lógica de las operaciones, de los manuales, de los sistemas y las herramientas que permiten operar en el orden simbólico. Esto nos conduce a pensar sobre la manera en que se realiza la estructuración psíquica, que no tiene nacionalidad, identidad sexual, generacional, nacional, etc.; por lo que requiere operadores o agentes, funciones y operaciones. No es un tema de papeles o de roles.
Existen desde luego relaciones entre lo psíquico y lo mental; sin embargo, deben ser del todo diferenciados ambos campos.
Este primer plano esencial no parece claro, ya que, por lo general, se supone una acción directa de la familia y la cultura en la estructuración psíquica, por no darle lugar a la articulación de lo mental.Por ejemplo, se confunde la declinación del Nombre del Padre como efecto de la caída del “pater familias” (patriarcado), por la inclusión del Estado en el ejercicio del poder y las decisiones familiares; suponiendo que esto tiene un efecto en lo psíquico. No se entiende que el Nombre del Padre es una operación lógica que sucede incluso en familias que carecen de la figura paterna, ya que se trata de un operador de la inscripción de la lógica simbólica requerida en la estructuración psíquica, no del personaje histórico que perdió el poder y que fue tomado por el Estado; se confunde lo psíquico con lo mental. Lo mismo al hablar de las posiciones subjetivas implicadas en los cuatro discursos de Lacan, al suponer que el discurso capitalista abre paso al discurso neoliberal, al comunal, al feudal, al esclavista, etc. Como si estos modos y formas de producción social tuvieran efectos directos en lo psíquico, y no en lo mental. Ésta falta de distinción les impide observar la manera en que una estructura psíquica es sumergida en un contexto sociocultural, lo que hará que los síntomas tomen y dialoguen con aquello que les proveen las circunstancias. Sin embargo, el orden de causalidades sobre las problemáticas, sigue descansando en los comandos psíquicos y no mentales.
Se trata de una diferenciación esencial, pero que, aun así, no es obvia. Tal diferenciación genera un posicionamiento en la praxis, siguiendo -por un lado- un rastro en lo empírico, en los sucesos ocurridos, en la historia de la persona; y por el otro, su posicionamiento frente a los mismos asuntos.
Por lo mismo, si se parte de esa confusión, necesariamente se producirá un efecto multiplicador en el resto de la conceptualización y teorización psicoanalítica; los posicionamientos devenidos estarán marcados por esos tropiezos de origen. Se plantea entonces a la libertad como si se tratara de poder hacer y decir lo que venga en gana; como si la arbitrariedad no fuera un problema, como si todo se tratara de opiniones, siempre supuestamente apuntaladas en lo dicho por Lacan, o en el espíritu de su propuesta.
Pero para acceder a uno de los futuros posibles, es necesario acceder a los fundamentos, comprender los argumentos y las razones de las rutas tomadas, sin el imperativo de corroborar lo expresado por los padres fundacionales.
Por ejemplo: “La pulsión es un concepto límite entre lo psíquico y lo somático” propone Freud; el mismo que hablaba del goce vaginal como una condición madura de la sexualidad femenina y que contrastaba con la satisfacción clitorídea, que según él sería de una sexualidad infantil. Me pregunto si es útil pensar hoy a la pulsión como límite entre lo psíquico y lo somático; creo que tal aseveración debería invitarnos a pensar la vigencia y utilidad de esa conceptualización. Incluso el sentido mismo de la pulsión. Lacan lo hace en el Seminario sobre Las relaciones de objeto, cuando critica la idea de la libido como energía.
Pero pensar ese límite entre lo psíquico con lo somático, nos conduce necesariamente a considerarla como una noción y condición que hace frontera; donde existen bordes, límites entre un estado o noción. Así, lo somático -entre otras cosas-, daría cuenta de lo cerebral, articulado a lo psíquico y a lo mental.
Podríamos también preguntarnos si el instinto puede ser domesticado, domeñado para transformarlo en pulsión, o si es una manera de hablar de la inscripción del orden simbólico que transforma la necesidad en deseo.
¿Los conceptos deben ser seguidos e instrumentados como fueron concebidos por los padres fundadores? ¿Debemos seguir doctrinariamente sus propuestas? ¿Es posible dirigir y mantener una actitud crítica sobre las formas de instrumentación de la praxis psicoanalítica? ¿Es eso del orden de la herejía?
De ésta manera, me parece advertir distintos psicoanálisis; cada uno en un solipsismo críptico, cada uno generando otros portadores de la palabra, que se replican. Los grandes temas sobre el sufrimiento y el malestar, dejan de discutirse para ser traducidos a los distintos campos paradigmáticos.
Lo que es verdad también, es la manera en que la opinión se apodera del psicoanálisis; donde algunos ni siquiera han tenido tiempo -por su edad- de haber leído a Freud y a Lacan, pero se han transformado en eminencias mediáticas. Lo relevante es que ese estado de cosas es posible por la falta de substancia en las discusiones; quizá el tema sea que en realidad no hay propiamente discusiones, sino monólogos refractarios entre los psicoanalistas que van más a ser escuchados que a escuchar. Sin embargo, seguimos quejándonos de que el psicoanálisis sea cada día más marginado.
El futuro que imagino está por hacerse. Por un lado, discutiendo realmente entre nosotros y con otras disciplinas en una lengua que sea común; y por el otro, mostrando al mundo los alcances que la práctica del psicoanálisis tiene frente a los distintos sufrimientos y malestares, y su lugar frente al resto de disciplinas “Psi”.
Bibliografía.
Mues de Schrenk, Laura. En: G.W.F. Hegel Propedéutica filosófica. Ed. UNAM. México. 1984.