Homenaje a Marcelo Pasternac

En memoria de Marcelo Pasternac.

 Cecilia Rosales Vega

¿Un psicoanálisis termina cuando muere el psicoanalista?…
El psicoanalista había muerto.

22 de agosto del año 2011
Se acercaba la hora de la sesión a la que había acudido durante varios años. El Psicoanalista ya no estaba. Lo sabía aunque no me resignaba a que eso fuera así. ¿Qué hacer entonces durante ese tiempo de mi sesión, o más específicamente, qué hacer entonces con mi tiempo, con el tiempo?…
Me dirigí como tantas veces a la sesión. Sabía que esta vez era diferente, a la vez que lo dudaba. Sabía que era la última vez que asistía a una sesión o la primera vez que ya no asistiría.
El camino casi igual, pero esta vez me encontraba acompañada de una profunda nostalgia, en un lugar no conocido, casi imposible de transmitir. Ese lugar donde estuvo/está el Psicoanalista; cercano y distante; conocido y desconocido a la vez. Ese lugar donde siempre se mantuvo el Psicoanalista y que ahora puedo identificar con precisión.
Me detuve frente al árbol que siempre estuvo ahí durante todas las sesiones. Nunca me había detenido a mirarlo. Era un árbol grande que por cierto no llamaba demasiado la atención, pero era un árbol, un árbol con muchas hojas verdes dentro de una rotonda de piedra.
Miré hacia atrás, antes de darme la vuelta para seguir el camino de la banqueta formado de piedras duras. Es curioso ver como se juntan las piedras con la tierra y el concreto. Alrededor, una calle y una alta barda de ladrillo, una pared amarilla con algunos arbustos de ornato que casi siempre pasaron desapercibidos. Nada especial me decía ese camino durante varios años, ¿por qué ahora lo veo diferente? …
Me acercaba a la puerta de entrada que llevaba al consultorio, donde también vivió el Psicoanalista y donde una noche inesperadamente murió.
Poco antes de llegar, se acercó un hombre que trabajaba ahí, a quien había visto muchas veces y con él, había intercambiado frecuentemente saludos y ocasionalmente algunas palabras, cuando arreglaba el jardín, regaba las plantas, reparaba algunos objetos o simplemente limpiaba el lugar.
Me miró consternado e intentó decirme que el Psicoanalista ya no estaba ahí. Me precipité para decirle que yo ya lo sabía, que sabía que había muerto unos días atrás. Nos detuvimos un rato en silencio.
Fue entonces, que me comenzó a contar un pequeño relato que quiero compartir hoy con ustedes, porque creo que algo nos puede decir del Psicoanalista o de Marcelo o quizás de Marcelo, el Psicoanalista:
“La tarde anterior de la muerte del doctor, le ví salir de su puerta para tomar un poco de aire como muchas veces lo acostumbraba hacer al terminar el día. Entonces me dijo, que una vez más se había escapado el gato y que lo iba a buscar. Si le soy sincero, yo creo que el doctor dejaba salir al gato a propósito, para después salir a perseguirlo y así encontrar alguna persona con quien hablar”.
“Yo me imagino que el doctor atendía muy bien. Venía a verlo mucha gente, algunos llegaban de lejos y vinieron por mucho tiempo, incluso hasta por años. Escuchaba los problemas que le contaban esas personas y yo creo que a veces escuchaba tanto, que quería encontrar alguien que lo escuchara a él. Por eso, dejaba salir al gato y en varias ocasiones me encontraba a mí. Esa tarde, como muchas otras el doctor comenzó a platicarme”.

– ¡Mire esos pinos que se ven allá a lo lejos!; no estaban tan altos cuando yo llegué a vivir aquí. Ahora está también aquel edificio y han construido todas aquellas casas. Las plantas del jardín han crecido y se ven muy bien así. Se ven de color verde, muy verde. Como ha cambiado todo-.
- Ahora, en un rato más voy a cenar una deliciosa sopa caliente, como la que preparaba mi mamá cuando era niño y vivíamos tiempos difíciles en Argentina. Cuando llegaba el momento de comer esa sopa todo quedaba atrás, era reconfortante-.
Estábamos en eso, cuando el gato se acercó y el doctor lo metió a su casa, terminando así nuestra conversación”.
- Ahora me despido, me voy a cenar, ya percibo el aroma de esa sopa caliente dentro de mi casa-…

Después de escuchar esta anécdota, me di cuenta que había llegado el momento de “regresar”, “de tomar el camino”, pero no lo quería hacer. Intenté alargar el tiempo. Eso era imposible.
Miré hacia adentro del lugar donde se encontraba el consultorio, tratando de recordar lo que había ocurrido durante mi última sesión unos días atrás. Entonces vinieron fragmentos de recuerdos de sucesos que ocurrieron durante todos esos años en los que transcurrió el Psicoanálisis.
Tomé una foto de ese camino: de las piedras, de las plantas, de la calle, del árbol y de la barda amarilla. Entonces la puerta de la entrada se cerró. Una puerta de metal pintada de color café, con un buzón al lado ubicada en la calle de Cantera, con un letrero escrito con letras blancas que dice: “Favor de cerrar con cuidado”.
Recordé entonces que unos años atrás, Marcelo colocó ese letrero con letras blancas, para que quien entrara siguiera la indicación al cerrar la puerta y así evitar que ésta hiciera ruido, se azotara, se maltratara, se descompusiera, se quedara abierta, así como para no tener dificultades con los vecinos.

“Favor de cerrar con cuidado”.
Cerrar – abrir. Abrir – cerrar.

Un solo movimiento que propicia durante un mismo tiempo dos situaciones a la vez.
Entrar-salir.
Un solo movimiento que anula la posibilidad de mirar una escena y simultáneamente abre una nueva perspectiva para observar otra.
Quizá puede ser conveniente seguir la indicación de este letrero, con lo que a cada quien le pueda decir:
“Favor de cerrar con cuidado”…

México, D.F. a 15 de diciembre de 2011