Atención psicosocial con internos del reclusorio de Pacho Viejo, Veracruz.
Intervención psicoterapéutica orientada psicoanalíticamente en el ámbito de un reclusorio. Algunas reflexiones precipitadas .
Julio Ortega Bobadilla
En tanto tengamos cárceles, poco importa quiénes de nosotros ocupen las celdas.
George Bernand Shaw.
La primera cuestión que debemos plantearnos como psicólogos, al trabajar en una institución penitenciaria, es cuál ha sido y es, el rol tradicional de este tipo de profesionista: Administrador, aplicador de pruebas que conducen a la clasificación del interno, evaluador del estado mental del prisionero y responsable de un reporte ante las autoridades de la institución que eventualmente — pero no necesariamente — llevará a la decisión sobre su futuro.
Todos estos papeles, lo sitúan del lado del poder, y del cuestionable proyecto positivista de rehabilitación del sujeto mediante un trabajo de “corrección” y “reincerción social”. En otras palabras, como pieza constitutiva del ojo panóptico de Bentham, que Foucault ha mostrado como modelo de las prisiones, en su libro: Vigilar y Castigar.
En nuestra sociedad proclive a la homogenización y a la objetivación, como una respuesta a aquello que no puede soportar, surgen el hospital psiquiátrico y la prisión, como medios de contención donde irán a parar los “anormales” , aquellos que no pueden responder por su propia existencia, y que hay que castigar por su diferencia. De las paredes ennegrecidas de estos instrumentos disciplinarios, emerge un tufo resultado de la mezcla de sudor, lágrimas, sangre, excremento, que inútilmente intenta borrar la creolina concentrada. La cárcel mexicana, específicamente, es una combinación de este par de instituciones y de todos los círculos del Infierno de Dante.
El ejercicio de la disciplina despótica en el encierro, supone una maquinaria que coacciona a través del aislamiento, la mirada, el trabajo cuando lo hay, y las técnicas o simplemente las cadenas, la libertad de los individuos allí hacinados, dónde el rechazo y la coerción son evidentes. Se trata de sojuzgar, pisotear, oprimir y humillar al interno, considerando como un punto de mejoría: la sumisión, su avasallamiento. Es un sepulcro provisional más que un instrumento para la reforma o la transformación del recluso.
¿Será posible hacer otro tipo de labor que no se sitúe del lado del Amo y del látigo?
La apuesta es hacer un trabajo bajo estas condiciones particulares, que no son las que habitualmente gozamos cuando trabajamos en el consultorio, y desituarnos de la indiferencia, el castigo, la clasificación, el abuso y el saber – poder institucional.
Esta población está hacinada ahí, por haber cometido un delito o una falta, y se encuentra en situaciones extremadamente difíciles, sometida a presiones no sólo físicas y malas condiciones de hábitat, sufriendo también: condiciones de coexistencia en las que la violencia, la corrupción, la intimidación y la angustia son constantes. El interno distingue enseguida la diferencia de nuestra aproximación y empieza a confiar, a hablar con la verdad, y volverse sujeto de una parresía que es liberadora, terapéutica desde el mismo momento de su expresión. El interno pasa de ser un delincuente sin rostro, cuya historia no importa al poder, sino en función del castigo, a convertirse en un ser humano. Tiene la seguridad, de que la información que se obtiene, es completamente confidencial y no traspasa el espacio asignado para la supervisión, no circula de ningún modo en sus detalles.
No queremos ocupar el papel de policías, celadores, confesores religiosos, pedagogos, o psiquiatras. No estamos para realizar una labor de aligeramiento de culpa, sino para realizar un trabajo terapéutico de orientación psicoanalítica que intente hacerles comprender su vida, las razones que les llevaron a ese lugar, y que pueda introducir a mediano plazo cambios en su posición vital, más allá del efecto catártico ya supuesto.
Nuestra intervención es apegada al modelo de escucha del analista, y esto significa una posición no moral, misericordiosa, empática, regulativa, ni prescriptiva. Es una escucha basada en el respeto total al paciente recluso que centra su eje en el reconocimiento de los aspectos inconscientes que han guiado la conducta del paciente. No implica, por otro lado, descargo en la responsabilidad y sí aceptación de que su delito implicó deseo, impulsividad, agresividad, y falta de apego a las reglas sociales.
Se trata de una población marginada, marginal, habitualmente de clase social media baja, que llega a prisión, muchas veces, por la búsqueda de castigo inconsciente. Este tipo de sujetos delincuentes han sido caracterizados por la criminología por su posición narcisista, su aparente inafectividad, el establecimiento de conductas esquemáticas y recurrentes, su baja tolerancia a la frustración, su explosividad agresiva que se expresa física y verbalmente, su desorden e inestabilidad. Son factores a considerar, pero que no pueden regir de antemano el trabajo clínico de un terapeuta de orientación psicoanalítica. Estamos ahí para soportar en la escucha su tragedia y su destino aparentemente sellado.
Su estancia en prisión, no es la que tendría lugar en una comunidad terapéutica, y es sumamente interesante que el tipo de intervención sea individual, no grupal. Los jóvenes psicólogos que participen, pueden aprender mucho de esto, y su intervención como clarificadores de los factores inconscientes, depende de que se sostengan en una posición neutra de escucha, por eso, hemos recomendado un proceso personal de análisis que ayudará a resolver los conflictos interiores del terapeuta e impedir que éstos se jueguen a través de un uso negativo de la contratransferencia o el contra-acting out.
El trabajo analítico tiene como principal base la transferencia, y es básico que el joven psicólogo comprenda que no es a él personalmente a quien va dirigido el discurso del paciente, el psicólogo en estas instituciones siempre ha estado del lado de los mecanismos disciplinarios y eso puede facilitar o dificultar su trabajo analítico de entrada, según las características del analizante.
La transferencia es la base del proceso de cura analítica, hay que tener claro que muchos “avances” y “mejoras” en el paciente se deben infinidad de veces a la sugestión y a la transferencia positiva. Por ello el psicólogo en formación debe ser cauteloso con las respuestas inmediatas del paciente o los cambios de conducta de éste a breve plazo.
Cada paciente es diferente y plantea diversos retos y problemas. Los casos que estudiaremos son particularmente difíciles, algunos rayando en el pasaje al acto o la psicosis. El tratamiento se lleva a cabo, frente a frente. El joven psicólogo debe desarrollar capacidad de escucha. Respeto hacia el paciente. Paciencia, inteligencia, lucidez, resolución de sus principales conflictos y regulación de su intención de ayuda, respeto a la vida y juicios del paciente, que no deben ser alterados por una posición activa de modificación de los valores morales del paciente, de su ideología o creencias. Todo esto supone conocimiento de la teoría y la práctica de la clínica psicoanalítica. Por supuesto, el trabajo terapéutico, tiene puntos de avance, de resistencia y cierre que implican la ruptura en ocasiones del proceso terapéutico.
Otras dificultades para el trabajo, consisten en la posible falta de continuidad del mismo, debido a cambios o resistencias de la Institución, o la discontinuidad de la labor terapéutica debido a motivos personales del joven psicólogo, todos esos obstáculos están ahí y hay que lidiar con ellos.
Este tipo de pacientes tiene siempre, heridas profundas rastreables a la primera infancia y sucesos traumáticos que son parte de su estructura psíquica y que para el paciente tienen una cualidad de inmediatez. Como psicoanalistas, sabemos que sus conflictos se ubican en el pasado, mientras que para el paciente sus fantasmas, aparecen como parte del presente, pues el inconsciente es atemporal. En algunos casos la contratransferencia del psicólogo, le hace jugarse como secuaz solidario del paciente en determinadas situaciones, convirtiendo su simpatía, deseo de ayuda y solidaridad, en un obstáculo para el trabajo terapéutico, que va a poner trabas al desarrollo del análisis.
Situaciones de angustia y ansiedad se presentarán en el curso de estos tratamientos. El respeto a los tiempos de comprensión del paciente debe ser clave para el trabajo analítico. Pobreza intelectual, inmadurez afectiva, introversión o emotividad extrema, fracasos afectivos repetidos, son hechos clínicos que aparecerán frecuentemente en este tipo de clínica. El psicólogo debe tener siempre presente que hay un vínculo estrecho no casual entre los diversos acontecimientos y elementos de la personalidad del sujeto en tratamiento, la comprensión de la liga entre estos elementos y el dispositivo de repetición que estructura la conducta del paciente no tiene que ser inmediata ni para el psicólogo ni para el paciente. El aguardar tiempos lógicos, tanto para la comprensión como para la intervención, es una tarea difícil que debe ser modulada por el trabajo de supervisión.
Se trata seguramente de patologías difíciles: inefectividad de perlaboración, de sublimación, el empuje a la psicosis, aspectos perversos pulsionales, les han llevado a estos pacientes a un enfrentamiento con la Ley. El paciente no es sólo un delincuente, sino también víctima de una historia, producto de un entorno, en que la falta de educación o la selva humana brutal le ha empujado a sobrevivir como sea.
Este esfuerzo es interesante, porque implica la ocasión de ir más allá de estudios estadísticos y descriptivos, inútiles para el interno. Se trata de intervenir, acortando la distancia entre un profesional de la psicología y la sociedad. En este caso, se trata de personas privadas de la libertad cumpliendo una sentencia. Intentamos poner a descubierto, los conflictos que les han llevado a esa situación de dolor y sufrimiento, De ayudarles a pensar en modos de ser alternativos, a lo que hasta ahora han asumido como propio de su individualidad, y crearles una oportunidad para vincularse con la Ley y el otro, de una manera diferente al enfrentamiento directo.
1. Ponencia realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana en el marco del 1er Coloquio Nacional de Cuerpos Académicos.