Psicoanálisis y cultura.

El psicoanálisis y el sujeto en el nuevo siglo.

 María del Carmen Franco Chávez

Es un lugar común decir que los sujetos son hijos de su tiempo, es una verdad de Perogrullo; sin embargo, es importante hacer evidentes las características de “esos tiempos” y más importante aún, desentrañar por qué son así. Esas son las dos preguntas que guiarán este trabajo: ¿Cuál es el distintivo de la subjetividad del sujeto a principios del siglo XXI?, ¿Cuál es el papel del mercado en la constitución de ese sujeto? En ese sentido, en una primera parte se mencionarán y analizarán las características particulares de los nuevos tiempos, para en un segundo momento, analizar el fetichismo de las mercancías, el mercado y su relación con la constitución de la subjetividad, finalmente se propondrán algunos puntos a reflexionar.

En principio debe aclararse el porqué no se habla de postmodernidad sino de “los nuevos tiempos” aunque para muchos no haya distinción alguna. La postmodernidad en sí misma impide una definición porque no se sabe dónde empieza y dónde termina, no tiene estructura, ni sistema, ni coherencia teórica.
Aunque al parecer, la definición que parece más adecuada de postmodernidad para esta charla, es aquella que postula que lo posmoderno es la paradoja del futuro (post) anterior (modo) porque remite directamente al psicoanálisis en términos del tiempo del Inconsciente, aquello que sólo puede ser comprendido en retrospectiva; por eso se entiende que la obra, el texto, el discurso posmoderno tengan las propiedades de un acontecimiento y que lleguen tarde al autor mismo.
 En este caso se elige hablar de los nuevos tiempos porque de esa forma analizaremos esas características sin ponerles adjetivos, la elección de los escuchas determinará si son o no postmodernas.
 
Algunas de esas características son las siguientes:
 
v La desesperanza extrema de los sujetos, que ya no creen en nada ni en nadie, ya que la experiencia les ha demostrado que cualquiera que sea su elección, siempre será errónea porque siempre será irrealizable.
v La imagen está por encima de las propuestas y de las convicciones ideológicas, la imagen se convierte en una mercancía vendible.
v Los medios de comunicación se erigen como sustentantes de la verdad sin que hagan mayores cuestionamientos.
v La insistencia en el aquí y ahora, el presente, lo inmediato sin importar lo demás, como si el presente no dependiera de las elecciones pasadas y el futuro de las que se tomen en el presente.
v La pérdida de la fe en las instituciones, la creación de nueva formas de creencias, incluyendo las religiosas.
v La pérdida de la fe en la razón y en la ciencia, que han terminado por generar más preguntas que respuestas.
v El culto al cuerpo incluso como mercancía, por la sobrevaloración de la juventud.
v Lo esotérico como respuesta a las preguntas sin respuestas de los sujetos.
v La depredación de los recursos renovables y no renovables del planeta, al mismo tiempo, la toma de conciencia de ello.
v La transgresión cínica de la ley, casi todo puede hacerse, siempre y cuando existan los medios para “comprar” al aparato judicial.
v El tránsito de la economía capitalista hacia su forma de mayor sofisticación: economía de mercado.
v Los mensajes de cualquier tipo, pierden importancia en el contenido y lo ganan en la forma.
v Utilización y sobrevaloración de la tecnología.
v El surgimiento de una multiplicidad de personajes que tienen impacto en zonas geográficas pequeñas, líderes populares de impacto localista que ya no detentan, en su mayoría, el punto de vista de la humanidad.
 
 
 
Estas son algunas de las características de los nuevos tiempos, sólo para abundar en algunas de ellas podemos decir qué lo que era impensable antaño es posible ahora y lo qué es impensable hoy, puede ser posible mañana. Tan sólo la perspectiva científica ha variado su propio concepto. Una característica importante de los últimos tiempos, es que la ciencia, la tecnología, las tecnociencias, han variado la calidad de la vida de una manera impresionante. La manera, incluso, de cómo se constituyen las ciencias se ha visto alterada. Las posiciones filosóficas y epistemológicas han cambiado. Lo importante no es el hecho mismo, sino el cuestionamiento sobre lo que es un hecho. Lo importante ya no es el hecho sino su interpretación. Los derivados de la ciencia, los avances tecnológicos, que han transformado o hecho más cómoda (cosa que estaría en cuestionamiento) la vida en el planeta han llegado al extremo hasta ahora, de colocar en un mismo medio, en la red, la compra de un aparato, acceso a la pornografía, a la vida y obra de los filósofos, de los rockeros o los avances científicos de cualquier especialidad, así como a las nuevas teorías y a lo que se pueda imaginar. Incluso queda de manifiesto la contradicción de un sujeto que está conectado a la red teniendo charlas electrónicas con varios sujetos tal vez de otros países pero que al mismo tiempo se siente solo.
 
Los puntos a cuestionar aquí son las preguntas de investigación que llevan y siguen generando los descubrimientos y sobre todo a sus aplicaciones. Parece que la respuesta que priva es siempre la ganancia: ¿cómo obtener más ganancia de cualquier actividad? ¿Cómo convertir esa actividad en mercancía? ¿Cómo ese descubrimiento científico puede ser aplicado y vender? Vender, que no necesariamente servir. Esa es desde su origen la lógica del capitalismo, la competencia por la posesión de determinadas mercancías y la obtención de ganancias a toda costa, no importa que se deprede la naturaleza y que se ponga en riesgo la existencia del ser humano. La ilusión que propician las mercancías en el sujeto que cree que mientras las posea, una tras otra, solventará la razón de su existencia, y, si para ello hay que matarse entre sí y extenuar a su proveedora de materia prima, (la naturaleza) pues que se haga. Sin embargo, a diferencia del pasado, de principios del siglo XX, hoy existe la conciencia, por lo menos de una parte de la humanidad de que la vida mercantil y de ganancia conducen al suicidio humano, sin embargo los dueños del gran capital no están dispuestos a perder ninguna ganancia.
 
Otra característica de estos tiempos es la producción de mercancías, objetos de todo tipo, productos útiles que facilitan la vida en el planeta, que se convierten en objetos de deseo, permanente e inevitablemente insatisfecho, para luego pasar a ser objetos de desecho y no sólo eso, sino objetos inútiles, productos que se colocan en el mercado, que no satisfacen ninguna necesidad, sino que por el contrario, perjudican incluso la salud de los sujetos.[1]
 
¿Todo esto cuestiona, en el ámbito laboral, el trabajo realizado por cualquier sujeto que dedica de 8 a 16 horas para vivir? La respuesta evidente es si, cuestiona esa mercancía vendible que es la fuerza de trabajo, aunque el sujeto responda por su vida, el asunto de fondo es en que posición está situado con respecto a su propia subjetividad, por la que tendrá que responder, como ser independiente; lo que tiene en común con los demás es otra cosa. ¿Qué cosa? ¿en qué consiste ese cuestionamiento? Parece que en los nuevos tiempos el sujeto no sólo vende su fuerza de trabajo, sino algo más, lo que paga el empleador no consiste en el tiempo que el individuo pueda trabajar, además del plusvalor de la mercancía, también está pagando fidelidad, creatividad, entusiasmo, en fin, casi una entrega total, una serie de valores que rayan en el servilismo y hacen dudar de la libertad de elección de trabajo. Ya que el empresario tiene a disposición muchísimos sujetos más de los cuales puede elegir si un sujeto particular no se adecua. Está aquel que se adapte a las necesidades del gran capital. Sea aquél que promueve un artículo de ninguna necesidad, aquél que planifica una estrategia del publicidad diseñando espacios, letras, etc, aquél que pasa 10 horas en la fábrica o bien aquél que da clases 60 horas a la semana para mantener su ritmo de vida, incluso aquél que plantea estrategias para incorporar su mercancía a mercados internacionales o el que diseña estrategias para países en vías de desarrollo y hace recomendaciones.
 
Entre otras particularidades de estos tiempos se encuentra la sobrepoblación en países de bajo ingreso, la persistencia de la hambruna en países pobres. Esta situación también es un motivo de lucro, de lucrar políticamente con la vida de otros. Hoy por hoy, existen los recursos necesarios para enfrentar la hambruna y las catástrofes propias de la tierra, sin embargo, la ganancia no está dispuesta a invertir en ello[2]. Es más, al gran capital no le importa que haya “daños colaterales” que de suyo no son imputables a nadie, es decir, creación de más y más pobres, la degradación hasta la muerte, con tal de conserva y llevar al límite “la estabilidad del mercado”.
 
La publicidad es engañosa, esa forma de comunicación donde lo importante no es el contenido, sino la forma de presentación, lo que quiere finalmente es vender, a través del posicionamiento de un artículo en el mercado, a pesar de su inutilidad para la vida, para la salud. Es más en contra de la salud y de la vida. Lo que importa no es la salud de las personas ni su bienestar, eso ya se sabe, el discurso publicitario es así: cínico, diría Sloterdijk, lo que recuerda la posición de la perversión frente a la falta: Ya lo sé, pero aún así.
 
Se concibe con pesadumbre y desesperanza en estos tiempos, que el ser humano está llegando a las últimas etapas de su existencia no sólo por la devastación del planeta, sino por la guerra, negocio millonario, la hambruna, el odio y demás crisis derivadas de la no resolución de la esencial, la escisión del sujeto. Ese fin de la humanidad es perfectamente posible. Sin embargo, no está demás decir que no sólo ahora es cuando la humanidad está en crisis. La crisis nació con ella. Con la cultura, con el sujeto. Si, el hombre está escindido, partido en dos, entre la inmediatez y el porvenir, dice Fullat, es decir está partido pero no desde hoy sino desde siempre. Ese es una de las consecuencias del descubrimiento freudiano: el inconsciente. La posmodernidad no hace, sino enfatizar la incertidumbre, desde la científica hasta la ética.
 
En fin, la mayoría de estas particularidades confluyen en el mercado, casi todo ha devenido en mercancía, casi todo se puede comprar. Esa peculiaridad nos remite al siguiente apartado, ya que no se trata de mencionar sólo el aspecto fenoménico de esos rasgos de los nuevos tiempos sino tratar de analizar el porqué de esas singularidades.
 
 
 
LAS MERCANCÍAS Y EL MERCADO
 
De acuerdo con lo anterior, el análisis estaría incompleto si no tomamos en cuenta cómo se ha desarrollado el capital en los nuevos tiempos, para lo que necesariamente habría que recurrir de nuevo a Marx, pero en boca de Armando Bartra:
 
“El capital ha penetrado hasta los últimos rincones y lo impregna todo, Amo y señor, el gran dinero devora el planeta asimilando cuanto le sirve y evacuando el resto. Y lo que excreta incluye a gran parte de la humanidad que en la lógica del lucro sale sobrando”
 
En pocas palabras lo que no le sirve son desechos. Otro de los problemas fundamentales es que el gran capital deposita la responsabilidad en el individuo, por tanto mueren quienes no pueden competir. Pero en realidad lo que habría que decir es que se les deja morir, y eso, a todas luces es genocidio quizá lento y silencioso como señala Bartra, pero genocidio al fin. Pero también a decir de Bartra, se señala la paradoja del “entre”. Entre participar y no hacerlo, entre servir a los intereses del gran capital, entre dejarse llevar o luchar contra él. Se vive dentro y fuera, el gran capital “no mata, nomás taranta” (Bartra, 2008), pero al final mata, lento pero seguro. Esto es así porque en la economía de mercado, del mercado libre, aquél que se supone debía autorregularse[3], la libertad estriba en la obtención de ganancias, aunque tenga como consecuencias lo que se ha denominado “daños colaterales” como la pérdida de los empleos, el daño irreparable a la naturaleza, la pérdida de vidas, de cualquier cosa tangible o intangible en nombre de la ganancia.
 
Los “daños colaterales” no son atribuibles a alguien específicamente, se provocan porque hay movimientos, así ese movimiento, elude lo que necesariamente provoca. Los “daños colaterales” están desperdigados en todos los ámbitos de las sociedades. El aumento de número de pobres es un ejemplo de “daño colateral”, esa nueva categoría de población antes ausente: la infraclase que para el mercado no sólo es absolutamente inútil, sino por lo mismo, indeseable.
 
Así que los pobres son el daño colateral del mercado, han devenido en una molestia ya que no tienen nada que ofrecer a cambio de los desembolsos de los contribuyentes. Eso dice Bauman, quizá habría que matizar que sólo están ahí para el voto, para preservar la pobreza, el dinero que se les asigna a través de programas contra la pobreza es una mala inversión que nunca se recuperará, mucho menos redituará en ganancia económica. La pobreza es considerada, en términos económicos, como un agujero negro que succiona todo lo que se le acerca, que no devuelve nada, sin embargo la pobreza también puede ser un capital político, del que ya se sabe con antelación que no se superará, pero aún así se invierte en ella para su continuidad.
 
Si esto es así, la visión globalizada de: “sin ellos estaríamos mejor”, resulta totalmente falsa, porque son necesarios para preservar esa situación. Sin embargo, en la fantasía, se trata de la exclusión del otro competidor, aquél que no puede. Así los niños y los ancianos principales beneficiarios de estos programas que no tienen nada que aportar, porque no tienen capacidad competencia, menos de consumo, son desechos, los orilleros a la manera de Bartra, los sobrantes a la manera de Forrester y lo que hay que hacer con los desechos es desaparecerlos.
 
El mercado es inmoral dice Bartra, amparado en el libre mercado que no es más que una cortina de humo para intervenir cuando convenga a los intereses del gran dinero. No es la discusión en este caso determinar ni calificar si el mercado es inmoral, sin embargo si hay que preguntarse, analizar ¿cómo se genera? En primera instancia podríamos pensar en que escondidas en las mercancías se encuentra, el plusvalor, el lucro, la ganancia, más que el servicio, más que el valor de uso y abundando en ello, podríamos pensar que en realidad los generadores de productos no venden mercancías, venden otras cosas, cosas inasibles que se escapan al tratar de encontrarlas en los artículos, en las que existe siempre una distancia, una hiancia entre la mercancía que se vende y el producto que se compra, por ejemplo, el deseo de juventud, hombría, ternura, poder, seguridad, etc. eso lo sabe cualquier publicista. El mal según Bartra está en la perversión que ha sufrido el propio valor de uso, donde el objeto se vuelve contra el sujeto, las cosas contra los hombres. Las armas de cualquier tipo, por ejemplo, estos artefactos que están orientados contra la vida misma de los seres humanos, son el testimonio más incisivo de esa maligna voltereta, así la mercancía que sirve para desaparecer a esos otros, se cotiza muy alto y es un negocio altamente rentable que está por encima de las vidas humanas, que se convierten literalmente en desechos.
 
La irracionalidad del gran dinero no es necesariamente cuando priva la cantidad por la calidad, o que el valor de cambio prive sobre el valor de uso, sino la peor irracionalidad es el lucro sobre todas las cosas, mercancías, modos de vida, sistemas de pensamientos e incluso la vida misma.
 
Marx pensaba a propósito del fetichismo de las mercancías que:
 
 «El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores».
 
Bartra le da otra vuelta al fetichismo de la mercancía, porque en el capitalismo las mercancías se asumen valiosas intrínsecamente en tanto que “encarnan espectralmente” el valor. Pero, si es insensato atribuirle valor a algo por el hecho de que tiene código de barras, es doblemente insensato negárselo a un bien porque no tiene ese mismo código.
 
También habría que agregar aquí el punto de vista de Žižek que habla de dos tipos de fetichismo, con sus respectivas consecuencias: el de las mercancías que se instala en la época capitalista y que propone la relación desfetichizada entre los sujetos, puesto que dos sujetos siguen su propio interés con el respaldo de la ley al buscar y encontrar un trabajo. Por otra parte el fetichismo de las relaciones entre los hombres, el fetichismo precapitalista, “las relaciones de dominio y servidumbre” de señores y siervos. Como si las desfechitización de las “relaciones entre los hombres” se pagara con el fetichismo de la mercancía. Así con el surgimiento del capitalismo, las relaciones de dominio se encuentran reprimidas y aparecen a través del síntoma que se presenta como igualdad, libertad y todos los valores de la “democracia”, es decir en lugar de aparecer manifiestamente, las relaciones existentes entre las personas, aparecen disfrazadas de relaciones sociales. Por eso dice Žižek que Marx inventó el síntoma.
 
Si esto es así, se entienden como síntomas lo que plantean los tecnócratas neoliberales: tratar de vender la ilusión de la modernidad, siguiendo los pasos de otras naciones “avanzadas” esto tendría costos que había que soportar: los daños colaterales y el ajuste estructural, que serían ampliamente subsanados por el crecimiento de la economía y los desocupados resultantes del forzoso redimensionamiento de la agricultura seguramente encontrarían acomodo en la impetuosa expansión de la industria y los servicios. La realidad resultante es que no son requeridos ni como ejército de reserva. Los sujetos entonces, devienen también en mercancías se intercambian por otros valores y no sólo eso les deja el gran capital, sino que ahora tratan de serlo a toda costa, una mercancía útil para la empresa, tratando de ser ese sujeto que la empresa busca para explotarlo, para que reduzca los costos de fabricación. Mercancías al fin y al cabo cuyo fin será siempre el mismo: un objeto de desecho. Es así como el goce se expresa a través del síntoma, ya que a través de su satisfacción, paradójicamente se genera sufrimiento y, hay que aclararlo, no es ningún daño colateral, sino estructural.
 
Si entendemos así los síntomas, podemos abundar en las características de los nuevos tiempos, como nuevas formas mercantiles sintomáticas. Casi todo se puede comprar, llegando al deplorable extremo de convertir a los sujetos mismos en mercancías, no sólo como fuerza de trabajo[4] o más allá de eso, sino mercancías que se compran para la diversión de los poderosos, baste mencionar los casos de pederastia, prostitución y pornografía infantil. De ahí en adelante, casi cualquier cosa, cuerpos esculpidos al gusto por un lado, títulos, calificaciones, ideas, convicciones, votos en las cámaras por una ley determinada[5], artefactos que no tienen demanda alguna y que la gente se desvive por tenerlos[6] lo que recuerda la propuesta brausteniana del discurso del mercado, sorpresivamente con la misma estructura del discurso del analista. Sujetos atrapados por el mercado. Ya no es identificable el dueño del capital, aquél enemigo tangible. El mercado tiene muchas caras, todas las grandes organizaciones financieras en las que no se identifica a nadie en particular como poseedor, ya no de los medios de producción, sino de acciones con las que se especula y se hace ganar o perder miles de empleos a favor de las ganancias. El sujeto del mercado.
 
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Donde el agente, el artefacto, la mercancía, no pide ni demanda, está ahí para que el otro, el sujeto tachado lo convierta en objeto causa de deseo, que se produzca un significante amo, algo inaugural al mismo tiempo y en el lugar de la verdad, el saber inconsciente. Un objeto causa de deseo que no demanda cosa alguna, si se sabe usar, bien, si no es así, tampoco pasa nada. Esto generará algún movimiento que producirá un saber inconsciente. Pero también de ser objeto causa de deseo, esa mercancía, ese artefacto, pasará a ser objeto de desecho, porque existirá un nuevo objeto causa de deseo, algo que tenga más memoria, más utilidades, esté más bonito, produzca más lo que sea. Sin embargo no se satisfará ninguna necesidad menos aún alguna pulsión, siempre quedará ese resto y es ahí donde aparecerán las nuevas presentaciones del psiquismo en el terreno individual, entiéndase por ello, los trastornos clínicos que estarán o no incluidos en el DSM V.
 
PUNTOS SOBRE LOS QUE HABRÁ QUE ABUNDAR
 
· Slamonur Mrozek escritor polaco, compara al mundo en que vivimos “con un puesto de mercado lleno de vestidos de moda y rodeados de una multitud e “yoes” a la búsqueda (…) Uno puede cambiar de vestido las veces que quiera, así que los buscadores gozan de una fabulosa libertad (…) sigamos buscando nuestro yo real y es pura diversión, a condición de que nunca lo encontremos, porque si lo encontráramos, la diversión terminaría. Lo anterior da pie para pensar en esa búsqueda insaciable por esa cualidad, que no tienen las mercancías. Se ofrece cualquier objeto de consumo que podría completar al sujeto, pero entre eso y lo que el sujeto desea, existe una gran distancia. Por lo que siempre viene otra mercancía a sustituir a la anterior, cualquier objeto. Así, la metáfora sería la del coleccionista obsesivo, aquél al que cuando se le pregunta cuál es su pieza más valiosa, él contesta: la siguiente. Esa búsqueda continua, constante que permite no satisfacerse y seguir hacia adelante.
 
· El Estado dice Bauman, entre otras funciones, convierte a los ciudadanos en actores y accionistas. Protectores y protegidos del sistema de “bienestar social” individuos con enorme interés por el bien común. Con la finalidad de convertir a la sociedad misma en un bien común, cuya posesión corresponde a todos gracias a la defensa contra los horrores de la miseria y la indignidad. Eso debería ser el Estado. Pretensión ilusoria sobre la función del Estado, porque a pesar de que regula, no puede con el poder del mercado. La ley que distingue al Estado, no tiene influencia sobre el poder del mercado, ya que una vez que la ley opera, se pone de manifiesto su hendidura y por ahí se genera la evasión misma de su cumplimiento. Los poderosos se ríen de las pretensiones de tal o cual partido y, están de acuerdo siempre y cuando puedan favorecerse con la obtención de mayor ganancia.[7]
 
· Así que el principio del Estado social en la sociedad de consumidores de mercancías, de defender a la comunidad del “daño colateral” ha funcionado al margen de la atención pública, con pretensiones reparadoras ha servido, para movilizar el poder del mercado, los intentos por contenerlo son cada vez más vanos y menores.
 
· El discurso de los poderosos, que devela su ilusión fantaseosa, ha sido que a los pobres hay que aislarlos del mundo. Como si se estuviera mejor sin ellos. Colocándolos en el lugar de enemigos tangibles, que atentan contra la forma propia de vivir. Eso se consigue adjudicándoles características individuales que los hacen indeseables, flojos, inútiles, vagos, incultos para que en el imaginario se entienda la maravilla que sería la vida sin ellos. Hay otras aproximaciones psicoanalíticas que sostienen que esa amenaza que representan los pobres, son proyecciones de la propia ambivalencia interna de la sociedad y de la angustia nacida de esa ambivalencia, los enemigos que asedian las murallas son sus propios demonios internos. De cualquier forma, esta interpretación analítica también denuncia la ilusión imaginaria de una sociedad sin falla, sin falta, donde se localizan esos otros indeseables para identificarlos como enemigos de la sociedad.
 
· No está por demás mencionar que no estamos hablando de sujetos concretos, sino del conjunto de sujetos que podrían representar al sujeto de principios del siglo XXI y por lo tanto de la imposibilidad de cubrir el objetivo de hablar sobre el sujeto del nuevo siglo, ya que por lo menos existen 7 mil millones de sujetos en el planeta. De cualquier forma, parece que no es inútil para el análisis de los tiempos, que no de los sujetos concretos, que por supuesto escapan a cualquier intento de agrupamiento o significación común.
 
· El siglo XX se conoce como el siglo posmoderno. Poco importa si el sujeto producto de ese siglo, y el de este, es moderno o posmoderno, el sujeto está atravesado desde su origen, son las condiciones las que cambian, las que dan esas características particulares a los sujetos, pero la condición de incompletos está presente desde la aparición del lenguaje, es decir desde la prehistoria, en ese origen perdido. La existencia del sujeto como tal reside en el lenguaje, ya que existir proviene de sistere, “colocar”, “hacer venir”, “consolidad”, “erigir”, y de ex, “desde”, “a causa”, “después de” y es que la ex(sistencia) del sujeto radica en aquello que lo hace venir. Eso es el lenguaje, aquello que hace venir al sujeto. En esta línea de pensamiento es el lenguaje lo que constituye la subjetividad del sujeto. Para el tema que nos ocupa, el lenguaje de los nuevos tiempos, oculta y exhibe al mismo tiempo. Esa red de significantes que hace imposible aprehender el objeto o la mercancía misma, por eso, menciona Žižek es inútil buscar las características positivas, físicas, de ese objeto o mercancía, porque no implica eso desconocido que hace de él la encarnación de ser más rico o más feliz, es, por lo tanto, la contingencia radical de la nominación, el hecho de que nombrar es necesario, pero lo es, por así decirlo, necesariamente después, es decir, retroactivamente.
 
· En este siglo, el sujeto que no esté en condiciones de competir, es desecho, sin embargo, esos desechos, los orilleros, los migrantes, los otros no se resignan a desaparecer se convierten en movimientos coloniales, guerras campesinas, movimientos feministas, movimientos migratorios étnicos y por supuesto los jacqueries urbanos, dice Bartra es decir que la dialéctica, si se quiere llamar así, del mercado, conlleva en sí misma su falta y su manifestación sintomática. Es imposible saber el curso que tendrá la humanidad, puede ser cualquier cosa, eso nos lo ha dicho la historia misma. Aun así, estos movimientos tratan de reivindicar al sujeto, que se niega a ser eliminado, porque a pesar de todo y por la falta misma, el sujeto desea.
 
· El impacto que los fenómenos de los nuevos tiempos ha tenido en la ética, es también contundente. Porque lo que prevalece es la ambivalencia, la imposibilidad de totalidades sobre la moral, ya que cualquier intento de totalización es altamente peligroso, la moralidad como una aporía. Claramente es una aporía ya que lo que es bueno para unos no lo es para todos. Sin embargo no se está por “todo se vale”. El sujeto aun cuando quiera deshacerse de su responsabilidad, no puede. Ésta aparece, se devela a través de los síntomas, con un superyó hiperintenso, diría Freud. La responsabilidad del sujeto es intransferible, no es intercambiable, responsabilidad inagotable porque no podemos estar bien con todos diría Lévinas, hay que asumir, hay que pagar a pesar de los pesares para que se desanude en la medida de lo posible el goce.
 
 
· El fantasma de completud, de totalidad, la fantasía de construir una sociedad que si existió en “algún momento” siempre es algo que moviliza los deseos. Lo que importa aquí es la creencia que sustenta ese fantasma, porque la creencia está basada necesariamente en la transferencia, la creencia de que el mercado, regulará los bienes o la creencia de que el Estado regulará al mercado, que está por el bien de los sujetos, de que vela por ellos. La fantasía de que en algún momento esos movimientos innovadores o contestatarios llevarán al sujeto a un estado mejor.
 
 
· Finalmente, cualquiera que sea la presentación de la cultura, no será más que otro signo de su malestar y lo que provoca en el sujeto.

 


[1] Productos como los refrescos, las papas fritas y otros productos del mismo tipo, que no sólo no benefician la salud, sino que la perjudican, claro, todo recae en la decisión de los sujetos, pero si no tienen otra alternativa para comer, pues eso será lo que comerán, que mermará la salud, sin prisa pero sin pausa. Una población con obesidad pero desnutrida como la nuestra.
[2] Cuando se habla de la ganancia se habla de ese gran Otro, del conjunto oligopólico que maneja los enormes capitales y decide el curso de países e individuos incluidos.
[3] Falaz pretensión, siempre se está por más y más ganancia. Ese objeto, ese agalma para los poderosos es la ganancia, siempre insatisfecha.
[4] Aunque se esconda un esclavismo galopante en esta venta de fuerza de trabajo
[5] Ya lo decía Obregón: “Nadie resiste un cañonazo de 20 mil pesos”, no importan los tiempos, el principio es el mismo. Se pueden comprar conciencias.
[6] Sólo hay que mencionar que en julio de 2008 entró al mercado mexicano el iphone y el primer día se vendieron cerca de un millón de aparatos.
[7] Este trabajo se realizó antes de que se declarara la crisis financiera de los mercados y el auxilio del Estado. Ya que de no ser así, las consecuencias se manifestarían más crudamente en los desposeídos, así que el Estado protege a quien más tiene